domingo

El espantapájaros y el bailarín

Había una vez un espantapájaros en medio de un campo de trigo. 
El espantapájaros estaba hecho con una guitarra vieja, con escobas viejas, con paja vieja del trigal y vestía con la levita vieja de un viejo titiritero.
El señor Justo llegó una mañana con el espantapájaros al hombro, lo clavó en medio de su sembrado y dijo:
- Ya sabes lo que tienes que hacer...
Pero al espantapájaros no le gustaba aquel oficio. A él le gustaba los pájaros: verlos volar, posarse en el sembrado, picotear las espigas de trigo...

Un día, el espantapájaros vio venir por el sendero a un extraño personaje.
Iba con los brazos extendidos, daba saltitos y giraba velozmente sobre la punta del pie.
- ¿Qué haces? - preguntó el espantapájaros.
- ¿No lo ves? ¡Bailo!
- ¡Qué suerte tienes! ¡Sabes bailar! - exclamó suspirando el espantapájaros.
Y el bailarín le contestó:
- Si quieres, puedo enseñarte. 
Durante todo el día, el bailarín estuvo baila que te baila para que aprendiera el espantapájaros. Cuando se hizo de noche, daba gloria ver al espantapájaros y al bailarín bailando a la luz de la Luna.
Al llegar la mañana, el espantapájaros volvió a su trabajo y el bailarín a su camino. Pero la vida del espantapájaros cambió desde aquel día: en cuanto se ponía el Sol, el espantapájaros bailaba y bailaba.

Al señor Justo no le gustaba nada que su espantapájaros se pasara la noche bailando. Por eso le dijo un día:
- Desde hoy quedan prohibidos los bailes.
Y el espantapájaros le contestó:
- Yo cumplo con mi trabajo durante todo el día. Por la noche, el tiempo es mío y puedo hacer lo que quiera.
Aquello no le hizo gracia al señor Justo y le dio una bofetada tan fuerte que le sacó parte de la paja que tenía debajo del sombrero.
- No tiene derecho a prohibirme... - gimió el espantapájaros.
- ¿Derecho? ¡Mira cuál es mi derecho!
Y el señor Justo le largó otra sonora bofetada.
- ¿Por qué no puedo hacer lo que quiera en mi tiempo libre?
Pero el señor Justo no atendía a razones y siguió dándole bofetadas. A cada bofetada que recibía, el espantapájaros perdía un poco de paja, unos trozos de madera... Al fin, del espantapájaros sólo quedó la ropa: la levita del viejo titiritero.
De pronto, sopló un viento fuerte. Y el espantapájaros comenzó a elevarse por los aires. La levita giraba y giraba. Era su mejor baile. El baile de despedida. 
Y bailando, bailando, se perdió de vista por encima de la nube más alta que había sobre el pueblo.
Y allí, entre las nubes, el espantapájaros se sintió feliz, porque pensó que el viento era la música más hermosa, que el cielo era su mejor pista de baile y que ya nunca más tendría que espantar a nadie.
    

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