martes

Las Cuatro Princesas


Hubo una vez un rey y una reina que tuvieron cuatro hijas a las que llamaron: Princesa Primera, Princesa Segunda, Princesa Tercera y Princesa Cuarta.
La Princesa Primera empezó desde muy niña a sentir una especial preferencia por el Sol. Y con él pasaba la mayor parte de su tiempo, compartiendo juegos y risas, risas y juegos.
La Princesa Segunda, en cambio, se sentía atraída por las nubes: sus formas, sus colores y sus caprichosas maneras de moverse por el cielo.
En cuanto a la Princesa Tercera, lo suyo parecían ser los vientos. No había día que la niña no cabalgase sobre uno de los muchos vientos que por los cielos anidan.
Y por fin llegamos a la Princesa Cuarta. Ella quería jugar con la noche...

Cuando las niñas se hicieron mayores, el Rey y la Reina llamaron a las cuatro princesas y les preguntaron sus preferencias. La Princesa Primera pidió mejorar los conocimientos de pintura que ya poseía. La Princesa Segunda, en cambio, eligió prefeccionar sus conocimientos de cocina. La Princesa Tercera, que había galopado con todos los vientos y tenía un oído muy fino, escogió dedicarse al estudio de la música. La Princesa Cuarta decidió estudiar y practicar la costura, pues siempre le había fascinado el manto de su mejor compañera de juegos, la noche.
Y las princesas reales pasaron mucho tiempo aprendiendo aquello que habían elegido.

Un día el Rey y la Reina se prepararon para recibir a sus hijas, quienes se apresuraron a demostrar en público sus saberes.
La Princesa Primera esperó al atardecer y le pidió al Sol que descendiera lo más posible. El Sol lo hizo así y, mientras se encaminaba a su escondite diario, la Princesa Primera pintó todo su entorno de color dorado, rosado y violáceo.
La Princesa Segunda empezó preparando una masa; lo que nadie sabía era que ¡estaba hecha de nube! Y ante los sorprendidísimos ojos de los que estaban allí, la princesa empezó a hilar la pasta, a hincharla, a moldearla, a darle formas, hasta que el cielo se empezó a llenar de todas sus nubes.
La Princesa Tercera preparó su instrumento preferido, el arpa, y con ella empezó a llamar a todos los vientos que conocía (que eran todos, todos) y, entre los movimientos de sus manos y los de los vientos tocaron un concierto jamás oído y nunca visto. Al público asistente se le humedecieron los ojos, pues hacía mucho tiempo que no habían sentido tanta emoción.
La Princesa Cuarta había preparado una pasarela con una gran variedad de capas: una con lentejuelas que lucían como las estrellas, otra de noche nublada, otra de noche encantada...
Pero la Reina había reparado en un detalle que no le había gustado lo más mínimo: durante el desarrollo de las pruebas, ninguna de sus hijas había contemplado el arte de sus hermanas. Y, dispuesta a acabar con esta situación, la Reina propuso a sus cuatro hijas que, a partir de aquel momento, la habitación más grande del palacio sería su taller; de este modo podrían ver y gozar de las artes de todas y cada una de aquellas artistas.

Desde entonces, siempre están juntas y desde aquella habitación la Princesa Primera, se encarga de pintar los colores que incansablemente luce el Sol; la Princesa Segunda, amasa las caprichosas formas de las nubes; la Princesa Tercera, es capaz de llenar de armonía y música los sonidos de los vientos y la Princesa Cuarta, se ocupa de que la noche luzca siempre la capa más bella.

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