viernes

El hijo mayor

Hace muchos años vivía en una pequeña aldea de las montañas un matrimonio con sus dos hijos.
El pequeño acababa de nacer, y la madre estaba con él a todas horas.
El mayor andaba por la casa como un fantasma, parecía que nadie le veía.
El padre se iba muy temprano al mercado de los pueblos de alrededor para vender las frutas, las verduras y los huevos de sus gallinas.
El niño quería ir con el padre, pero este le decía:
- No, que me distraes. En el mercado no puedo estar pendiente de ti.
En casa se ponía a hacer equilibrios con la silla porque era muy ágil y nunca se caía. Su madre, al verle, se asustaba:
- ¿Te puedes estar quieto? ¿No ves que te vas a caer? ¡Qué niño!
Últimamente, a menudo, se le caía la leche del desayuno.
La madre se ponía nerviosa:
- A ver si tienes más cuidado, ¡qué ya eres mayor! ¿No ves que ahora tienes tú que ayudarme?
Había veces que se iba al huerto y tardaba horas en volver.
Cuando llegaba el padre, ya tarde, la madre le contaba lo raro que encontraba a su hijo. Él le decía:
- Bueno, pero hay cosas que no se le pueden consentir.
Un día, el padre cayó enfermo y la madre decidió que fuera su hijo al mercado.
- Puede que así se sienta mayor. Total, el pueblo está ahí al lado.
A la mañana siguiente, la madre dejó un momento al bebé y ayudó al hijo a cargar el carro. Este se puso en camino.
Cuando llevaba un buen rato andando, aparecieron tres chicos mayores que al verle comenzaron a reírse.
- ¡Mira, qué chico tan fuerte! ¡Y con pantalones cortos!
- ¿Dónde has dejado el biberón?
- ¡Ah, qué fruta tan rica! ¿Por qué no la probamos?
El niño se quedó mudo, no sabía qué hacer y les miraba totalmente asustado.
Cuando vio que comenzaban a coger la fruta y a comérsela, el corazón le comenzó a latir a toda velocidad. Al final, los chicos se llenaron los bolsillos de todo lo que pudieron coger y se fueron corriendo y riéndose.
- Gracias, chico. El desayuno ha sido estupendo - le dijieron.
El niño, con los ojos llenos de lágrimas, volvió hacia su casa. Ya no tenía qué vender y no sabía qué les iba a contar a sus padres. 
Al llegar, se le ocurrió decir que la mula se había tropezado y se le había caído la fruta del carro.
La madre, viéndole nervioso, le tranquilizó y, como el padre seguía mal, tampoco le dio más importancia.
Al día siguiente, volvió su madre a prepararle el carro. Ese día le puso huevos y algo de verdura.
Cuando estaba llegando al pueblo, volvieron a aparecer los tres chicos. Él tenía pensado arrear a la mula para que fuera más rápido, pero ellos, como eran grandes, la sujetaron.
- ¡Si está aquí nuestro amigo!
- A ver, ¿qué nos traes hoy?
- ¡Oh, no hay fruta! Bueno, no importa, fijaos que huevos tan buenos.
Empezaron a coger huevos y a tirárselos.
Los huevos iban cayendo al suelo, y ellos daban carcajadas cada vez que esquivaban uno. Alguno le cayó a la mula y otro, por poco, le da a él. Después se fueron corriendo, riéndose.
- ¡Mañana, tráenos algo mejor!
El niño estaba completamente rabioso. Ya no le salían ni las lágrimas y volvió a casa lo más rápido que pudo. Por la cabeza le pasaban las ideas a toda velocidad, pero no conseguía ordenar ninguna.
No entró en la casa. Se fue derecho al huerto y allí se sentó con la cabeza entre los brazos.
Su perro Pancho, que era viejo y tenía el pelo largo, fue a sentarse a su lado como lo hacía siempre que el niño iba a la huerta. Al notar al perro a su lado, el niño se puso a llorar.
El perro le miró y le tocó con la pata.
Entonces, el niño comprendió lo que quería decir. Le abrazó fuerte y se metió en su casa.
La madre seguía preocupada por la enfermedad del padre.
Cuando el niño volvió a contar que la mula se había tropezado y que se habían roto los huevos, torció la cabeza como diciendo: "¡Qué desastre de niño!", pero no dijo nada.
Al tercer día, cuando estaba preparando el carro, le advirtió:
- Procura que no se tropiece hoy la mula, te he puesto las mejores uvas y por ellas puedes sacar un buen dinero.
El niño dijo:
- No te preocupes mamá, hoy venderé las uvas.
Poco antes de llegar al pueblo, salieron a su encuentro los tres muchachos mayores. No se fijaron en que hoy iban tres: la mula, el niño y el perro. Este, al verles acercarse, sacó los dientes como el niño no se los había visto sacar en toda su vida.
Al primero que pilló le agarró del tobillo y se fue dando gritos y cojeando. Al segundo, le quitó un trozo del pantalón y se fue corriendo con el trasero al aire. Al tercero, que se acercó con un palo, le agarró del brazo y si no es porque el niño dice: "¡Pancho, ya vale!", se hubiera quedado con el brazo en la boca.
Cuando se quedaron solos, el niño acarició a Pancho y este le miró como diciendo: "Ya sabes que soy valiente".
El niño le devolvió la mirado diciendo:
"¡Cuánto te quiero!"
Ese día vendieron las uvas y, al volver, su madre se puso muy contenta.
- Verdaderamente, hijo, ya eres mayor.
Y le dio un abrazo.

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