martes

Caprichos infantiles

No estoy en mi casa, ni en casa de mis abuelos, tampoco en el colegio. Estoy en un hospital, en una habitación completamente blanca, tumbado en la cama, boca arriba.
Me caí y me rompí la pierna. Mi madre os puede decir exactamente el qué. Me duele.
Una mosca va de aquí para allá. ¿Por dónde habrá entrado?
Un hospital como este tiene cientos de ventanas, de puertas. Tal vez la mosca que sigo con la vista no haya entrado por ninguna puerta, por ninguna ventana (las ventanas de los hospitales suelen estar cerradas); puede haber entrado acostada sobre la camilla de una ambulancia, sobre el hombro de un señor con corbata, con gafas. Escondida en el bolso de una señora de cara redonda, con el pelo recogido hacia atrás, muy tirante...
Ignoro cuántas personas entran en este hospital. Supongo que hay gente que entra y sale: de visita. Gente que entra y se queda: mi caso.
¡Ay! Otro pinchazo. ¡Ojalá la rueda hubiese estado pinchada! Si una de las ruedas hubiera estado pinchada, no habría montado en bicicleta. Si no hubiera montado en bicicleta, no me habría caído. Si no hubiera caído, no me habría roto algo allá abajo. El efecto dominó. Si cae la primera ficha, cae el resto.
Si Alberto no hubiese venido a buscarme para dar un paseo en bicicleta, yo no estaría ahora en este hospital. Pero es que mi amigo Alberto consigue todo lo que se propone.
Mi amigo Alberto vive en el pueblo donde viven mis abuelos.
Una tarde de primavera se presentó en su casa asegurando que sabía tocar el piano, que era un niño prodigio, como Mozart. Miró a su padre; luego, a su madre. Sus padres estaban intrigados. "Si os apetece escuchar la sonata para piano número doce en Fa Mayor K413, solo tenéis que comprarme un piano", les dijo. Acto seguido, puso cara de niño bueno, voz dulce, agradable...
Sus padres, claro está, sucumbieron a los encantos de su hijo. A la semana siguiente el piano estaba en casa. Un piano negro, de cola. Con todas las teclas: las ochenta y ocho. Lo compraron por internet.
En el pueblo no hay tiendas que venda pianos. Hay tiendas que venden pan, magdalenas, salchichas, macarrones, huevos, yogures, gel de baño, botones, calcetines, camisas de rayas, estufas eléctricas, microondas...
Un camión aparcó en la puerta de su casa y descargó el armatoste. Tuvieron que derribar un tabique para poder colocar el piano dentro de la habitación. El tabique que echaron abajo daba al corral.
El padre de Alberto tuvo que buscar un nuevo lugar para las jaulas de los conejos. La coneja, que estaba dando de mamar a sus conejitos, se sorprendió por la mudanza. Es una gozada cuando una coneja pare. Una coneja puede parir de cinco a diez conejitos: gazapos.
Si buscáis en un diccionario la palabra gazapo, veréis que tiene dos significados distintos: conejo nuevo y error del que habla o escribe. Fue un error comprar el piano marca Steinway. 
Ahora, el piano está encerrado en la habitación: prisionero. 

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