Un suceso muy extraño

-Algo raro está pasando -dijo una mañana la maestra a sus alumnos-. Cada día, alguno de vosotros viene a contarme un suceso increíble.

Y era verdad. Desde hacía mucho tiempo, los chicos y las chicas de aquel colegio tenían la costumbre de ir a jugar a un campo cercano a la salida de la escuela. Durante los juegos, que tenían lugar sobre la hierba, era normal pisar alguna de las florecillas silvestres que crecían por todas partes. Y desde hacía poco tiempo, cuando ocurría, recibían un pescozón dado por una mano invisible.

Lo mismo ocurría cuando alguien arrancaba sin necesidad algunos frutos, o tronchaba las espigas de trigo, o partía las hojas de los árboles.

Estos sucesos hicieron correr la voz de que en el campo había un fantasma que perseguía a los niños y daba pescozones a las personas que estropeaban la naturaleza.

Una tarde del mes de mayo, la profesora salió con sus alumnos a dar clase al campo. Les enseñaba el nombre de las plantas y explicaba para qué servía cada una de ellas. De pronto se nubló y empezó a llover. Todos corrieron a refugiarse en una cabaña cercana. Estaban a oscuras, iluminados solo por la luz de los relámpagos. De pronto, empezó a brillar una esquina de la cabaña. Se acercaron y vieron a un pequeño duendecillo. Iba vestido con hojas de árboles y pétalos de flores.

-¿Quién eres? -preguntó Enrique, que era el más decidido-

-Soy el encargado de cuidar la naturaleza. Por eso me enfado cuando alguien le hace daño intencionadamente.

-¿Eres tú el que nos da pescozones cuando estropeamos las plantas? -quiso saber Irene.

-Sí, soy yo. Lo hago para llamar vuestra atención. De esta manera intento que aprendáis a amar la naturaleza, porque de ella depende vuestra vida.

Y diciendo esto, el duende desapareció. Alumnos y profesora regresaron pensativos a la escuela. Y cuentan los más ancianos que , desde entonces, los campos que rodean el pueblo dan más frutos que nunca, porque todas las personas del lugar cuidan y respetan la naturaleza.